domingo, 28 de febrero de 2016

ESTER 1-5
1-(Est. 1:1–2:4).En el transcurso de un gran banquete, en el que los nobles disfrutaban de vino y ricos manjares, Asuero mandó llamar a su hermosa reina Vasti —que estaba con las mujeres en una fiesta aparte—, pero ella se negó a presentarse. El rey, furioso por esta intolerable humillación, preguntó a sus consejeros qué castigo imponerle. Finalmente, decidió destituirla de su cargo y nombrar una nueva reina. Sus servidores salieron en busca de las jóvenes vírgenes más bellas de todo el reino, de entre las cuales el monarca elegiría su nueva esposa.

2-(Est. 2:7). Mardoqueo se llenaba de orgullo y cariño al comprobar un hecho innegable: Ester se estaba convirtiendo en toda una mujer... y muy linda, por cierto. De hecho, el relato dice que “la joven era de bonita figura y hermosa apariencia”. Sin embargo, de seguro él no podía evitar sentirse algo preocupado. Tal como indica la Biblia con razón, la belleza no lo es todo. Si la persona no cultiva cualidades como la sabiduría y la humildad, será fácil que se vuelva presumida y orgullosa (lea Proverbios 11:22).

3-(Est. 2:10). Ester no informó acerca de su pueblo ni de sus parientes, porque Mardoqueo mismo le había impuesto el mandato de que no lo informara”. Como podemos ver, su primo le había pedido que no revelara que era judía, pues sabía que entre la realeza persa había muchos prejuicios. Así que está claro que, aunque él no estuviera presente, Ester actuaba con prudencia y sabiduría, y le seguía obedeciendo. ¡Qué feliz debió sentirse Mardoqueo!
¿Cómo pueden los jóvenes de hoy imitar el ejemplo de Ester? Hoy día, cuando los jóvenes son obedientes en todo momento, también alegran mucho a sus padres o a quienes estén a cargo de ellos. Puede que a veces se encuentren rodeados de personas superficiales, inmorales o crueles y no haya nadie que los esté vigilando, pero no por eso se dejan llevar por las malas influencias. Al contrario, están decididos a nunca rebajar sus principios. Estos jóvenes, al igual que Ester, hacen muy feliz a su Padre celestial (Proverbios 27:11).

4-(Est. 2:15). Cuando por fin le llegó el turno a Ester de presentarse ante el rey, podía haber elegido cualquier adorno que deseara para realzar su atractivo. Pero modesta como es, se arregló únicamente con lo que le ofreció Hegai. Tal vez razonó que, para ganarse el corazón del monarca, no bastaría con ser bella, sino que serían mucho más importantes cualidades como la humildad y la modestia, que tanto escaseaban en la corte.

5-(Est. 2:17). “El rey llegó a amar a Ester más que a todas las demás mujeres, de manera que ella se granjeó más favor y bondad amorosa ante él que todas las demás vírgenes. Y él procedió a poner el adorno de realeza sobre la cabeza de ella y a hacerla reina en lugar de Vasti”. Así fue como esta humilde joven judía se convirtió en la nueva reina, la esposa del emperador más poderoso de la época. ¡Qué cambio tan grande para ella! Se adaptó a su nueva vida pero no se le subió a la cabeza ser el centro de tantas atenciones.

6-(Est. 3:1-4). Asuero lo nombró a Hamán primer ministro ,convirtiéndolo en su mano derecha y principal consejero, y ordenó que todos se inclinaran ante él. Aunque Mardoqueo era leal al rey, consideraba que obedecer ese mandato sería una falta de respeto a Dios. Hamán era agaguita, lo que probablemente indicaba que era descendiente de Agag, rey amalequita ejecutado por el fiel profeta Samuel (1 Sam. 15:33). Los amalequitas habían actuado con tanta maldad que se habían hecho enemigos de Jehová y su pueblo, por lo que terminaron siendo una nación condenada por Dios (Deut. 25:19).* ¿Acaso iba a arrodillarse un judío fiel ante un amalequita? ¡Mardoqueo jamás lo haría! Su actitud nos recuerda la fe que han mostrado muchos hombres y mujeres a lo largo de los siglos e incluso en nuestros días. Aun a riesgo de su vida, no han dudado en decir: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres” (Hech. 5:29).

7-(Est. 3:5-10). Ante la negativa de Mardoqueo a rendirle honores, Hamán se puso tan furioso que maquinó un plan para acabar con él y con todos sus compatriotas. Acudió al rey Asuero y comenzó a hablarle mal de los judíos, pero sin mencionarlos por nombre. Los presentó como un pueblo insignificante, “esparcido y separado entre los pueblos”, pero rebelde y muy peligroso por no acatar las leyes del rey. Finalmente, se ofreció a donar una enorme cantidad de dinero al tesoro real para cubrir los gastos de exterminarlos del imperio.* Asuero le entregó su anillo de sellar para que pudiera aprobar en su nombre esa orden y cualquier otra ley que necesitara.

8-(Est. 3:12–15).En cuanto se dio la orden, los mensajeros recorrieron el imperio a caballo, proclamando a los cuatro vientos un decreto que, en esencia, era una sentencia de muerte para el pueblo judío. La noticia debió causar gran conmoción entre los habitantes de la lejana Jerusalén, quienes habían regresado del exilio en Babilonia y estaban tratando de reconstruir la ciudad. ¡Ni siquiera contaban todavía con murallas que les permitieran protegerse! Sin duda alguna, al oír las terribles noticias, el propio Mardoqueo no pudo evitar pensar en ellos, así como en sus propios familiares y amigos que vivían en Susa. En señal de tristeza, se rasgó la ropa, se vistió de tela áspera, se echó ceniza en la cabeza y fue por la ciudad lamentándose.

9-(Est. 4:4-8). Mardoqueo sabía que no debía quedarse de brazos cruzados. Ester le envió unas vestiduras para animarlo, pero él se negó a aceptarlas. Al final llegó a entender algo que probablemente llevaba tiempo preguntándose: la razón por la que Jehová había permitido que se llevaran a su querida prima al palacio y la casaran con un rey pagano. Sin perder un instante, le envió a Ester un mensaje urgente: debía acudir ante la presencia del rey Asuero y suplicarle “por el propio pueblo de ella”.

10-(Est. 4:9-11). Cuando la reina recibió el mensaje, el corazón le dio un vuelco. Se enfrentaba a la mayor prueba de fe de toda su vida, y en su respuesta a Mardoqueo admitió sin reparos que sentía miedo. ¿A qué se debían los temores? Tal como le recordó a su primo, la ley persa ordenaba la ejecución de quien se presentara ante el rey sin ser convocado. Cuando alguien no seguía esta regla, su única esperanza era que el monarca extendiera su cetro de oro para perdonarlo. Pero ¿podía Ester esperar que Asuero tuviera clemencia con ella? Al fin y al cabo, no había mostrado ninguna piedad con Vasti cuando esta se negó a acudir a su llamado. Para colmo, hacía ya treinta días que no había invitado a Ester a verlo, lo que tal vez significara que el caprichoso monarca había perdido interés en ella. Mardoqueo respondió con firmeza, pues quería fortalecer la fe de su prima. Le aseguró que Jehová libraría a los judíos del ataque, sea valiéndose de ella o de cualquier otro medio.
Por lo general, se cree que Asuero es el rey Jerjes I, emperador de Persia de principios del siglo V antes de Cristo. Puede que Hamán fuera uno de los últimos amalequitas, pues el “resto de Amaleq” había sido exterminado en tiempos del rey Ezequías (1 Crón. 4:43). Hamán ofreció 10.000 talentos de plata, lo que hoy equivaldría a varios cientos de millones de dólares. Si en efecto Asuero era Jerjes I, la propuesta debió resultarle muy tentadora, pues había perdido una gran fortuna en su largamente planificada pero infructífera guerra contra los griegos.

Jerjes I tenía fama de ser caprichoso y violento. El historiador griego Heródoto ofrece ejemplos de su mal genio al relatar las expediciones militares que realizó contra Grecia. En cierta ocasión ordenó construir un puente sustentado sobre barcos a través del estrecho del Helesponto. Cuando una tempestad lo destrozó, se enfureció tanto que mandó decapitar a los ingenieros y “castigar” las aguas maldiciéndolas en voz alta y azotándolas con látigos. Durante la misma campaña, cuando un hombre acaudalado le suplicó que eximiera a uno de sus hijos de servir en el ejército, el rey ordenó que cortaran al joven por la mitad y expusieran su cadáver para escarmiento de todos.

11-(Est. 4:12-14). Mardoqueo le aclaró a Ester que, si se negaba a actuar, difícilmente podría salvarse cuando la persecución se hiciera más intensa. De esta manera, Mardoqueo demostró que confiaba plenamente en Jehová, un Dios que siempre cumple sus promesas y que nunca permitirá que su pueblo sea aniquilado (Jos. 23:14). Por último, le preguntó a Ester: “¿Quién hay que sepa si has alcanzado la dignidad real para un tiempo como este?” ¡Cuánta fe y confianza en Dios demostró Mardoqueo! ¿Podría decirse lo mismo de nosotros? (Prov. 3:5, 6.)

12-(Est. 5:1, 2). Ester ahora se dirige a la presencia del rey. De camino, con el corazón en un puño y la mente llena de inquietud, le ora a Dios una y otra vez. Entonces entra al patio. Desde allí puede ver a Asuero sentado en el trono, con el rostro acicalado al estilo persa, los rizos de su cabello y de su cuadrada barba perfectamente definidos. Tratando de adivinar su estado de ánimo, se fija en su expresión. ¿Cuánto tardó su esposo en darse cuenta de que ella estaba allí? No lo sabemos, ¡pero seguro que a Ester debió parecerle toda una eternidad! Cuando al fin alcanza a verla, se sorprende un poco, pero enseguida relaja la mirada y le extiende el cetro de oro.

Ester conseguió que el rey le conceda una audiencia. Esta fiel mujer estuvo dispuesta a arriesgar la vida para defender a Jehová y proteger a su pueblo. ¡Qué gran ejemplo de fe para los siervos de Dios de todas las épocas! Los cristianos de la actualidad valoramos muchísimo relatos como este. Jesús dijo que sería el amor lo que identificaría a sus verdaderos discípulos (Juan 13:34, 35). Pues bien, esa clase de amor sacrificado requiere ser valiente como lo fue Ester en esta ocasión.

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