Pese a todo, el valiente Enoc “siguió andando con el Dios verdadero” y condenó “las cosas ofensivas” que decían contra Jehová algunas personas (Génesis 5:22; Judas 14, 15). Por lo visto, la intrepidez con que defendió la religión verdadera le ganó muchos enemigos, lo que puso en peligro su vida. En este caso, Jehová libró a su profeta de sufrir los dolores de la muerte. Primero le reveló que había “sido [de Su] agrado”, y luego lo transfirió de la vida a la muerte, tal vez durante un trance profético (Hebreos 11:5, 13; Génesis 5:24).
Nada más mencionar la transferencia de Enoc, Pablo vuelve a recalcar la importancia de la fe: “Además, sin fe es imposible serle de [...] agrado” a Dios (Hebreos 11:6). Así es: gracias a la fe, Enoc tuvo el valor necesario para andar con Jehová y proclamar el mensaje divino de condenación contra aquel mundo impío. De este modo, nos dejó un magnífico ejemplo, pues nosotros llevamos a cabo una obra semejante en un mundo opuesto a la religión verdadera y lleno de todo tipo de maldad (Salmo 92:7; Mateo 24:14; Revelación [Apocalipsis] 12:17).
Al igual que Enoc, nosotros también deseamos complacer a Jehová en estos tiempos difíciles, por lo que hacemos bien en copiar su ejemplo. Es necesario que adquiramos conocimiento exacto acerca de Jehová y sus propósitos y que no lo olvidemos nunca. Pero no basta con eso. Tenemos que dejar que dicho conocimiento dirija nuestros pasos (Salmo 119:101; 2 Pedro 1:19). Debemos guiarnos por el modo de pensar de Dios y esforzarnos siempre para que todos nuestros pensamientos y actos sean de su agrado.
Aunque las Escrituras no dicen si en los días de Enoc había otras personas que servían a Jehová, es evidente que, o estaba solo, o formaba parte de una pequeña minoría. También nosotros somos una minoría en el mundo, pero eso no nos desanima. Jehová nos apoyará sin importar quiénes se opongan (Romanos 8:31). Enoc anunció con valor la destrucción que vendría sobre los malvados. Del mismo modo, nosotros predicamos con valentía las “buenas nuevas del reino” a pesar de las burlas, la oposición y la persecución (Mateo 24:14). Enoc no vivió tanto tiempo como muchos de su época. Sin embargo, en vez de cifrar sus esperanzas en el mundo, puso sus ojos en algo mucho más elevado (Hebreos 11:10, 35). Asimismo, nosotros tenemos la vista fija en el cumplimiento del propósito de Jehová. Por eso no usamos el mundo a plenitud, sino que, más bien, empleamos nuestras fuerzas y recursos principalmente para servir a Jehová (1 Corintios 7:31).
Enoc tenía fe en que la Descendencia prometida se presentaría en el momento que Jehová Dios había fijado. Ya han pasado casi dos mil años desde que dicha Descendencia —Jesucristo— se presentó, pagó el rescate y abrió el camino para que tanto nosotros como Enoc y otros fieles testigos de la antigüedad heredemos la vida eterna. Esta Descendencia, que ya ocupa su trono como Rey del Reino de Dios, ha echado a Satanás del cielo a la Tierra, lo que ha ocasionado grandes sufrimientos por todas partes (Revelación 12:12). Como vemos, hoy disponemos de mucho más conocimiento que Enoc. Por lo tanto, tengamos una fe tan firme como la de él. Dejemos que nuestra confianza en que Dios cumplirá sus promesas influya en todo lo que hagamos. Y, como Enoc, andemos con Dios a pesar de vivir en tiempos turbulentos.
2-(1 Crónicas 1:4) Como Noé aprecimos las tareas que Dios nos encarga. Antes de que Jesús viniera a la Tierra, Jehová dio a los seres humanos tareas que los llenarían de satisfacción. Aunque Adán y Eva no realizaron el trabajo que Dios les había encargado, otros sí hicieron lo que él les pidió (Gén. 1:28). Por ejemplo, a Noé le dio instrucciones concretas para construir un arca, de modo que él y su familia pudieran sobrevivir al Diluvio. Y gracias a que Noé obedeció al pie de la letra, nosotros estamos vivos (Gén. 6:14-16, 22; 2 Ped. 2:5).
Las tareas que Dios encarga a sus siervos van cambiando a medida que se cumple su propósito; pero siempre glorifican a Jehová y benefician a los seres humanos fieles. Sin duda, así sucedió con todo lo que Jesús logró, tanto antes de venir a la Tierra como durante su vida humana (Juan 4:34; 17:4). Y lo mismo ocurre con la obra que hoy tenemos a nuestro cargo (Mat. 5:16; lea 1 Corintios 15:58). ¿Cómo glorifica esta obra a Jehová?
¿No es emocionante que Jehová haya concedido a seres humanos imperfectos el honor de ser sus colaboradores? (1 Cor. 3:9.) Quienes construyen Salones de Asambleas, Salones del Reino y sucursales participan en un programa de edificación literal, como hicieron Noé y Moisés. Puede que estemos colaborando en alguna de esas construcciones, sea renovando un Salón del Reino o construyendo nuestra central mundial en Warwick (Nueva York) (vea la ilustración del principio). Si es así, atesoremos ese privilegio: es un trabajo sagrado. Ahora bien, hay un programa de edificación espiritual en el que todos los cristianos estamos invitados a participar. Se trata de la predicación, la cual glorifica a Jehová y beneficia a quienes le obedecen (Hech. 13:47-49). La organización de Dios nos dirige para que realicemos esta comisión con la mayor eficacia. Por eso a veces recibimos nuevas tareas.
Los cristianos fieles siempre han seguido con gusto la guía de la organización de Jehová (lea Hebreos 13:7, 17). Quizás al principio no entendamos del todo por qué tenemos que hacer las cosas de cierta manera. Sin embargo, estamos plenamente convencidos de que, cuando colaboramos con Jehová apoyando cualquier cambio que él ve apropiado hacer, salimos ganando.
3-(1 Crónicas 1:10) Nemrod. Él fue quien dio comienzo a lo de hacerse un poderoso en la tierra. El Diluvio no acabó con la imperfección. Tampoco libró a los hombres de la influencia invisible de Satanás y sus demonios. Por eso, al cabo de poco tiempo, la rebelión contra el bondadoso dominio de Jehová volvió a surgir. Nemrod, bisnieto de Noé, desafió la soberanía divina a una escala sin precedentes; la Biblia lo define como “un poderoso cazador en oposición a Jehová”. Fundó grandes ciudades, como Babel, y se proclamó rey de “la tierra de Sinar” (Gén. 10:8-12). ¿Qué medidas tomó el Rey de la eternidad contra este rey rebelde que intentaba frustrar su propósito de llenar la Tierra? Dios hizo que la gente hablara en diferentes lenguas. ¿Qué logró con esto? Que, al no entenderse unos a otros, los seguidores de Nemrod se vieran obligados a dispersarse “por toda la superficie de la tierra”. Eso sí, se llevaron con ellos sus prácticas religiosas falsas y sistemas de gobierno humanos (Gén. 11:1-9).
Después de la torre de Babel. Cuando las gentes de Babel se dispersaron debido a la confusión del lenguaje, parece ser que la mayor parte de los descendientes de Cus emigraron hacia el S. No se sabe a ciencia cierta si llegaron a África atravesando la península arábiga y cruzando después el estrecho de Bab el Mandeb o si en un principio se establecieron en África y más tarde pasaron a Arabia, aunque el que se relacione “Cus” con África tal vez apoye esta última posibilidad. El nombre de Sebá, uno de los hijos de Cus, está relacionado con el África oriental, mientras que los de Havilá, Sabtá, Raamá y Sabtecá por lo general se relacionan con regiones de la península arábiga. (Véanse artículos individuales bajo los nombres de los hijos.) Debe hacerse notar que aunque al parecer las tribus que descendieron de estos hijos perpetuaron sus nombres, esto no ocurrió en el caso de Nemrod, pues este solo aparece en la historia antigua como nombre individual, lo que quizás indique que Nemrod no tuvo hijos.
4-(1 Crónicas 1:27) Abrán . Podemos hacernos una idea de cómo se sintió Abrahán, que aún se llamaba Abrán, cuando Jehová le dijo: “Vete de tu país y de tus parientes [...] al país que yo te mostraré”. Si aquel hombre fiel sintió algún temor, sin duda se le disipó al oír lo que Jehová siguió diciéndole: “Haré de ti una nación grande y te bendeciré y de veras haré grande tu nombre [...]. Y ciertamente bendeciré a los que te bendigan, y al que invoque mal sobre ti lo maldeciré” (Gén. 12:1-3).
Con esas palabras, Jehová se comprometió a ser un refugio seguro para Abrahán y sus descendientes (Gén. 26:1-6). Y cumplió su promesa. Por ejemplo, impidió que el faraón de Egipto y el rey de Guerar, Abimélec, violaran a Sara y mataran a Abrahán. También protegió a Isaac y Rebeca de un modo parecido (Gén. 12:14-20; 20:1-14; 26:6-11). Y “no permitió que ningún humano los defraudara, antes bien, a causa de ellos censuró a reyes, diciendo: ‘No toquen ustedes a mis ungidos, y a mis profetas no hagan nada malo’” (Sal. 105:14, 15).
Entre esos profetas estuvo Jacob, el nieto de Abrahán. Cuando llegó el momento de que se casara, Isaac, su padre, le dijo: “No debes tomar esposa de las hijas de Canaán. Levántate, ve a Padán-aram, a la casa de Betuel, padre de tu madre, y de allí tómate una esposa de las hijas de Labán” (Gén. 28:1, 2). Jacob obedeció sin vacilar. Abandonando la seguridad que le proporcionaba su familia inmediata, que vivía en Canaán, viajó cientos de kilómetros, probablemente solo, hasta la región de Harán (Gén. 28:10). Puede que se preguntara: “¿Cuánto tiempo estaré ausente? ¿Me acogerá bien mi tío y me concederá una esposa que adore a Dios?”. Cualquier preocupación de ese tipo sin duda desapareció cuando llegó a Luz, a unos 100 kilómetros (60 millas) de Beer-seba. ¿Qué ocurrió allí?
En Luz, Jehová se apareció a Jacob en un sueño y le dijo: “Aquí estoy yo contigo y ciertamente te guardaré en todo el camino por el cual estás yendo, y ciertamente te haré volver a este suelo, porque no voy a dejarte hasta que realmente haya hecho lo que te he hablado” (Gén. 28:15). ¡Cuánto debieron de tranquilizar y consolar a Jacob aquellas afectuosas palabras! ¿Puede usted imaginárselo caminando resuelto después de esa experiencia, ansioso por ver cómo iba a cumplir Dios su promesa? Si usted ha dejado su hogar, quizás para apoyar la predicación en otro país, con toda probabilidad entenderá los sentimientos de Jacob. Y sin duda habrá visto pruebas de la protección de Jehová en su propio caso.
5-(1 Crónicas 2:13-15) ¿Por qué dice 1 Crónicas 2:13-15 que David era el séptimo hijo de Jesé, cuando 1 Samuel 16:10, 11 indica que era el octavo?
Después de que el rey Saúl del antiguo Israel rechazó la adoración pura, Jehová Dios envió al profeta Samuel para que ungiera rey a uno de los hijos de Jesé. El pasaje bíblico que narra este acontecimiento histórico, escrito por el propio Samuel en el siglo XI a.E.C., indica que David era el octavo hijo de Jesé (1 Samuel 16:10-13). Por otra parte, el relato que escribió el sacerdote Esdras seiscientos años más tarde dice: “Jesé, a su vez, llegó a ser padre de su primogénito Eliab, y de Abinadab el segundo, y Simeá el tercero, Netanel el cuarto, Radai el quinto, Ozem el sexto, David el séptimo” (1 Crónicas 2:13-15). ¿Qué le sucedió a uno de los hermanos de David, y por qué omite Esdras su nombre?
La Biblia deja claro que Jesé “tenía ocho hijos” (1 Samuel 17:12). Seguramente uno de ellos murió antes de casarse y ser padre. Al no dejar descendientes, no tendría parte en la herencia tribal ni afectaría a los registros genealógicos del linaje de Jesé.
Ahora trasladémonos al tiempo de Esdras. Pensemos en el ambiente en el que recabó toda la información para escribir las Crónicas. El destierro de Babilonia había terminado hacía casi setenta y siete años, y los judíos habían vuelto a establecerse en su territorio. El rey de Persia había autorizado a Esdras para que nombrara jueces y maestros de la Ley de Dios y para que hermoseara la casa de Jehová. Se precisaban listas genealógicas exactas a fin de confirmar las herencias tribales y asegurarse de que solo llegaran a ser sacerdotes los que estaban acreditados. De modo que Esdras preparó un relato completo de la historia nacional, en el que estaba incluido un registro claro y fiable del linaje de Judá y de David. El nombre del hijo de Jesé que murió sin descendientes sería irrelevante, y por eso lo omitió.
6-(1 Crónicas 3:16-18) ¿Quién era el padre de Sealtiel? Algunos textos indican que Jeconías (el rey Joaquín) era el padre carnal de Sealtiel. (1 Crónicas 3:16-18; Mateo 1:12.) Sin embargo, el evangelista Lucas llamó a Sealtiel “hijo de Nerí”. (Lucas 3:27.) Parece ser que Nerí le dio por esposa a su hija. Como los hebreos solían referirse al yerno como hijo, sobre todo en las genealogías, Lucas podía llamar hijo de Nerí a Sealtiel con toda corrección. Del mismo modo, Lucas se refirió a José como el hijo de Helí, quien en realidad era el padre de la esposa de José, María. (Lucas 3:23.)
7-(1 Crónicas 4:9, 10) ¿DE VERAS escucha Jehová Dios las oraciones de sus siervos fieles? El relato bíblico de Jabez —personaje del que se habla muy poco— nos demuestra que Jehová es realmente el “Oidor de la oración” (Salmo 65:2). Este pasaje se encuentra en donde uno quizás no esperaría, pues aparece en medio de las listas genealógicas con las que inicia el libro de Primero de las Crónicas. Analicemos los versículos 9 y 10 del capítulo 4 de ese libro bíblico.
En estos versículos se encuentra todo lo que sabemos sobre dicho personaje. Según el versículo 9, “fue su madre quien lo llamó por nombre Jabez, diciendo: ‘Lo he dado a luz con dolor’”. ¿Por qué lo habría llamado así? ¿Sería que lo dio a luz con más dolores de lo normal? ¿Habría quedado viuda, y estaría lamentándose de que el padre de la criatura no estuviera presente? La Biblia no lo dice. Con todo, llegaría el día en que esta mujer tendría buenas razones para sentirse orgullosa de Jabez. Es probable que sus otros hijos también hayan sido hombres rectos, pero “Jabez llegó a ser más honorable que sus hermanos”.
Jabez, un hombre dado a la oración, comenzó su súplica pidiendo a Dios que lo bendijera. A continuación, le solicitó tres cosas que dejan ver la profunda fe que tenía.
En primer lugar, Jabez imploró a Dios que agrandara su territorio (versículo 10). Como hombre honorable que era, no codiciaba la propiedad ajena. Así que es probable que su ruego tuviera que ver más con personas que con terrenos. Al parecer, lo que estaba pidiendo era que su territorio fuera ensanchado pacíficamente para poder albergar a más adoradores del Dios verdadero.
En segundo lugar, Jabez pidió que la “mano” de Dios estuviera con él. La mano de Dios representa su poder en acción, con el cual ayuda a sus siervos (1 Crónicas 29:12). A fin de recibir las peticiones de su corazón, este hombre recurrió al Dios cuya mano nunca “se ha acortado” para con los que ejercen fe en él (Isaías 59:1).
Por último, Jabez oró: “Cons[érvame] de calamidad, para que no me lastime”. La expresión “para que no me lastime” nos deja ver que Jabez no estaba pidiendo a Dios que lo librara de la calamidad, sino que no permitiera que lo embargara la tristeza ni lo venciera la maldad.
Como vemos, la súplica de Jabez revela su interés por la adoración verdadera y la fe que tenía en el Oidor de la oración. Pero ¿le respondió Jehová? El breve relato concluye con las siguientes palabras: “Por consiguiente, Dios hizo que llegara a suceder lo que había pedido”.
Jehová no ha cambiado, pues sigue complaciéndose en las oraciones de sus siervos. Los que ejercemos fe en el Oidor de la oración contamos con la siguiente garantía: “No importa qué sea lo que pidamos conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14).
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