1- (2 Rey. 9:1-14) Eliseo envió a uno de los hijos de los profetas a ungir a Jehú como rey y ordenarle que matara a todos los varones de la apóstata casa de Acab. Cuando los demás oficiales del ejército le preguntaron a Jehú por qué le había visitado el profeta, Jehú no quiso revelárselo. Pero ante su insistencia les contó la verdad, y todos se pusieron a conspirar contra Jehoram. Es muy probable que hubiera cierto resentimiento y oposición a la manera de gobernar de la casa real y a la influencia de Jezabel. De todos modos, Jehú no se precipitó, sino que meditó concienzudamente en la mejor manera de cumplir su misión.
2- (2 Rey. 9:7) Aunque es desagradable pensar en toda esta violencia, debemos comprender que en aquel entonces Jehová empleaba a sus siervos para ejecutar juicio. Jehú reconoció que arrojar el cuerpo de Jehoram en el terreno de Nabot cumplía la promesa divina de castigar a Acab por haber matado a aquel siervo fiel. Además, Jehú había recibido la comisión de vengar “la sangre de todos los siervos de Jehová” asesinados por Jezabel.
Hoy día los siervos de Jehová no emplean la fuerza física contra los opositores de la adoración pura. “Mía es la venganza”, dice Dios (Heb. 10:30). No obstante, para eliminar de la congregación posibles influencias corruptoras, los ancianos cristianos también tienen que actuar con un valor como el de Jehú (1 Cor. 5:9-13). Y todos los miembros de la congregación deben estar decididos a evitar la compañía de quienes han sido expulsados de ella (2 Juan 9-11).
3- (2 Rey. 9:20). Si la forma de guiar de Jehú era ya de por sí veloz, pero la premura de esta nueva misión especial lo llevó a lanzarse en una carrera vertiginosa. La reputación que tenía Jehú de guiar su carruaje de forma impetuosa indica su celo por cumplir su cometido. ¿Se le conoce a usted por ser un celoso proclamador del Reino? (2 Timoteo 4:2.)
4- (2 Rey. 9:22). La nación de Israel atravesaba momentos difíciles cuando Jehú recibió una comisión divina. El país estaba bajo la malvada influencia de Jezabel, viuda de Acab y madre del rey Jehoram. Esta mujer había promovido el culto a Baal en detrimento de la adoración a Jehová, había asesinado a varios profetas de Dios y había corrompido al pueblo con sus fornicaciones y hechicerías. Jehová decretó el exterminio de toda la casa de Acab en especial Jehoram y Jezabel y encomendó a Jehú llevar a cabo la ejecución. JEHÚ fue un campeón de la adoración pura. La defendió con energía, prontitud, determinación, celo y valor, cualidades que haremos bien en imitar.
5- (2 Rey. 9:26). El severo juicio contra la casa de Acab demuestra que la adoración falsa y el derramamiento de sangre inocente son cosas detestables a los ojos de Jehová.
6- (2 Rey. 9:30-34) Jehú llamó “esta maldita” a Jezabel. Al entrar en Jezreel, Jehú la vio mirando por una ventana del palacio y, al instante ordenó a los oficiales de la corte que la arrojaran al vacío. Acto seguido, pisoteó con sus caballos a la que había corrompido a Israel. Posteriormente, Jehú dio muerte a decenas de miembros de la inicua casa de Acab. Como Jehú debemos odiar lo que Dios odia y eliminar todo lo malo que este mundo coloque frente a nosotros.
7- (2 Rey. 10:15). Tal como Jehonadab aceptó de buena gana la invitación que le hizo Jehú de subir al carro, la “gran muchedumbre” apoya de buena gana a Jesucristo, el Jehú moderno, y a sus seguidores ungidos (Revelación [Apocalipsis] 7:9).
8- (2 Rey. 10:18-19). Jehú “actuó con astucia engañadora, con el propósito de destruir a los adoradores de Baal”, anunció que iba a hacer “un gran sacrificio” a Baal. Cierto biblista comenta que: [ Jehú]...“Empleó un juego de palabras muy ingenioso”. Aunque el término utilizado aquí “generalmente significa ‘sacrificio’, también se usa para referirse a la ‘matanza’ de apóstatas”. Jehú no quería que ningún adorador de Baal faltara a este acontecimiento, los reunió a todos en el templo de Baal y los hizo vestirse de manera diferente.
9- (2 Rey. 10:20-27). “Tan pronto como acabó de ofrecer la ofrenda quemada”, Jehú mandó que 80 hombres armados mataran a los devotos de Baal. Además, derribaron su templo y lo destinaron a letrinas, inutilizándolo así para la adoración. Es cierto que Jehú derramó mucha sangre. Sin embargo, las Escrituras lo describen como un hombre valiente que liberó a Israel de la opresión de Jezabel y su familia. Para lograr esta hazaña, tenía que ser celoso, decidido y valiente. “No era una tarea fácil, pero se ejecutó con total rigurosidad —declara un diccionario bíblico—. Otras medidas menos estrictas no hubieran logrado erradicar el baalismo de Israel.”
Seguramente, como cristianos nos enfrentamos a circunstancias que exigen de nosotros cualidades como las de Jehú. Por ejemplo, ¿qué hacer ante la posibilidad de participar en algo que Jehová condena? Debemos rechazar la tentación con decisión, valor y prontitud. En lo relacionado con nuestra devoción a Jehová, no podemos tolerar ninguna rivalidad.
10- (2 Rey. 10:29-31). El final de esta historia contiene una señal de advertencia. Jehú “no se apartó” de seguir tras “los becerros de oro” que estaban en Betel y Dan. ¿Cómo es posible que alguien que parecía tan celoso por la adoración pura cayera en la idolatría? Quizá Jehú creía que para que Israel se mantuviera independiente de Judá se necesitaba una separación religiosa entre ambos reinos y por eso, como los anteriores reyes de Israel, tratara de mantenerlos separados perpetuando el culto a becerros. Pero aquello sería una falta de confianza en Jehová, quien lo había hecho rey.
Jehová elogió a Jehú por haber obrado bien y haber cumplido su comisión. Pero las Escrituras también indican que Jehú “no puso cuidado en andar en la ley de Jehová el Dios de Israel con todo su corazón”. Al repasar la trayectoria anterior de Jehú, tal vez nos entristezca y sorprenda este final; pero aun así, contiene una lección para nosotros: nunca debemos dar por sentada nuestra relación con Jehová. Debemos cultivar lealtad a nuestro Padre celestial todos los días mediante el estudio de su Palabra, la meditación en ella y la comunicación sincera con él. Por lo tanto, hagamos lo sumo posible por seguir andando en la ley de Jehová con todo el corazón (1 Cor. 10:12).
11- (2 Rey. 10:30, 31). Aunque Jehú cometió errores, Jehová valoró cuanto había hecho. Y es que “Dios no es injusto para olvidar [nuestra] obra” (Hebreos 6:10).
12- (2 Reyes 11:12.) Así describe el libro de los Reyes la coronación del rey Jehoás. ¿Notó usted que además de “la diadema” o corona real Jehoiadá también puso “el Testimonio” sobre el joven rey? ¿Qué era el Testimonio? ¿Y por qué era parte de aquella ceremonia de coronación? La palabra hebrea que se traduce aquí “Testimonio” suele referirse a los Diez Mandamientos o a la Ley de Dios en general. (Éxodo 31:18; Salmo 78:5, Franquesa-Solé.)
Entonces, ¿por qué y cómo “puso” el Testimonio sobre el joven rey el sumo sacerdote? Considere la observación del erudito alemán Otto Thenius: “La Ley, libro en que estaban registrados los decretos de Moisés. Este se sostenía simbólicamente sobre la cabeza del rey después que se le había adornado con la diadema” (Die Bücher der Könige). De igual manera, el profesor Ernst Bertheau dice: “El colocar la Ley [sobre el rey] ciertamente tenía un significado simbólico, a saber, que el rey estaba obligado a gobernar con arreglo a ella” (Die Bücher der Chronik).
Dios mandó que cuando el rey se sentara en el trono tenía que escribir para sí una copia de la Ley y estudiarla y aplicarla durante toda su vida. (Deuteronomio 17:18-20.) El poner “el Testimonio” sobre el nuevo rey puede haber sido un breve ademán simbólico que ilustrara que aunque ahora él era rey no estaba por encima de la Ley de Jehová. Lamentablemente, después de la muerte del sumo sacerdote Jehoiadá el rey Jehoás olvidó esta importantísima lección y gradualmente se apartó de la adoración de Jehová, y con el tiempo murió a manos de asesinos. (2 Crónicas 24:17-25.
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