SALMOS 135-141
1- (Sl 136:15). ¿Qué información añade este versículo al relato de Éxodo? En el relato del éxodo no se dice que Faraón entrase en el mar con sus fuerzas militares y fuese destruido, pero el Salmo 136:15 especifica que Jehová “sacudió a Faraón y su fuerza militar al mar Rojo”. Mediante una espectacular manifestación de su poder, Jehová exaltó su nombre y libró a Israel. Ya a salvo en la orilla oriental del mar Rojo, Moisés dirigió a los hijos de Israel en canción, mientras su hermana Míriam, la profetisa, tomó una pandereta en su mano y dirigió a todas las mujeres con panderetas y en danzas, respondiendo en canción a los hombres. (Éx 15:1, 20, 21.) Se había producido una total separación entre Israel y sus enemigos. Una vez salieron de Egipto, no se permitió que hombre o bestia les causara daño; ningún perro ni siquiera les gruñó ni movió su lengua contra ellos.
2- (Sl 139:13.) Todos comenzamos nuestra existencia en el vientre materno como una sola célula, más pequeña que el punto que cierra esta oración, un laboratorio de química en miniatura. Su desarrollo fue muy rápido. Al cabo de dos meses, ya se habían formado los órganos principales. Entre ellos se encuentran los riñones, que para el momento de nuestro nacimiento estaban listos para filtrar la sangre, eliminando las toxinas y el exceso de agua y reteniendo los nutrientes. Cuando ambos riñones funcionan bien, filtran el agua de toda la sangre (alrededor de cinco litros en un adulto) ¡cada cuarenta y cinco minutos!
3- (Sl 139:14). Observar las obras de Jehová fortalece nuestro amor por él. El rey David estaba convencido de que el Hacedor merece ser alabado por sus formidables creaciones. Aunque vivió mucho antes de esta era científica, percibió admirables ejemplos de la obra creativa de Dios a su alrededor. Muchas personas, entre ellas científicos, sostienen que hay pruebas de que el universo es la obra de un Hacedor sabio, poderoso y benevolente. Cuando contemplamos las obras de Jehová, aumentan nuestro amor y gratitud a él y nuestra confianza en sus promesas para el futuro; esto, a su vez, nos motiva a conocerlo aún mejor y a servirle.
4- (Sl 139:15,16). Nuestras células y genes resaltan el poder y la sabiduría de Jehová, todos comenzamos nuestra existencia en el vientre materno como una sola célula. Las instrucciones para la formación de nuestro cuerpo se hallan “escritas” en la estructura química del ADN. La célula original se dividió una y otra vez, y al poco tiempo las nuevas células empezaron a diferenciarse, o especializarse, transformándose en células nerviosas, musculares, de la piel, etc. Las de un mismo tipo se agruparon para formar los tejidos y luego los órganos. Por ejemplo, durante la tercera semana después de la concepción se inició la formación del esqueleto.
Este asombroso proceso de desarrollo tuvo lugar dentro del seno materno, oculto a la vista humana, como si fuera en las profundidades de la Tierra. La primera célula contenía todos los planos para formar nuestro cuerpo. Estos determinaron nuestro desarrollo durante los nueve meses que estuvimos en la matriz y durante las más de dos décadas que nos tomó llegar a la edad adulta. A lo largo de este período, el cuerpo pasó por múltiples etapas, todas ellas dirigidas por la información programada en el interior de aquella célula original.
5- (Sl 139:17,18). La capacidad del ser humano para comunicarse y razonar es única. La diferencia más notable entre el hombre y los animales es nuestra capacidad para meditar en los pensamientos de Dios. Los animales también están maravillosamente hechos, y algunos poseen sentidos y capacidades superiores a los de los humanos. No obstante, Dios dotó al hombre de facultades
mentales que sobrepasan, con mucho, a las de cualquier animal.
6- (Sl 139:19-22). Por haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, poseemos la facultad del libre albedrío, pudiendo así elegir entre el bien o el mal. Tal libertad conlleva una responsabilidad moral. David no quería ser contado entre los malvados. Quería evitar cometer errores dolorosos. Por eso, tras reflexionar sobre el conocimiento absoluto que Jehová tenía de él, le suplicó humildemente que examinara lo más recóndito de su ser y lo guiara por el camino que lleva a la vida. Las justas normas morales de Dios son para todos, por lo que también nosotros debemos elegir bien. Jehová nos exhorta a obedecerle. Si lo hacemos, gozaremos de su favor y de innumerables recompensas (Juan 12:50; 1 Timoteo 4:8). Caminar con Jehová día a día nos infundirá paz interior, aun cuando nos hallemos en graves dificultades (Filipenses 4:6, 7).
7- (Sl 139:23, 24.) David estaba al tanto de que Jehová lo sabía todo acerca de él: nada de lo que pensaba, decía o hacía escapaba a la vista de su Hacedor (Salmo 139:1-12; Hebreos 4:13). El conocimiento tan íntimo que Dios tenía de él le infundía gran seguridad, la misma que siente un niñito en los brazos de sus cariñosos padres. David valoraba muchísimo su estrecha relación con Jehová y se esforzaba por mantenerla viva, meditando profundamente en sus obras y orándole. De hecho, un buen número de los salmos de David son en esencia oraciones para ser cantadas. De igual manera, la meditación y la oración nos ayudan a nosotros a acercarnos a Jehová.
8- (Sl 141:5). ¿Qué reconoció el rey David? Para lograr que un pecador se arrepienta se necesita amor, pero también firmeza. David agradecía la corrección, aunque fuera dolorosa, pues comprendía que era para su bien. A fin de entender mejor estas palabras, pensemos en la siguiente situación. Imaginemos que un frío día de invierno un grupo está escalando una montaña cubierta de nieve. Uno de ellos, agotado, comienza a congelarse y a dormirse. Pero si se queda dormido en la nieve, su muerte será segura. Por eso, uno de sus compañeros trata de mantenerlo despierto dándole unas bofetadas en la cara mientras llega el equipo de rescate.
Aunque sean dolorosas, esas bofetadas le pueden salvar la vida. De la misma manera, la expulsión puede ser la disciplina que necesita el pecador. Unos diez años después de ser expulsado, el hijo de Julian mencionado antes limpió su vida y volvió a la congregación. Hoy es anciano y reconoce lo siguiente: “La expulsión me obligó a enfrentarme con las consecuencias de mis decisiones. Realmente necesitaba esa disciplina” (Heb. 12:7-11).
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